miércoles, 4 de julio de 2012

REMINISCENCIAS





PADRE  JOSE DOMINGO IBAÑEZ


Cuando comienzan los  días  fríos de invierno y  el Llaima, que desde lo alto mira a Cherquenco, comienza a cubrirse de blanco, en un viaje al pasado  vuelvo  a  rememorar  mis años de niño, transcurridos  en la zona cordillerana, en lugares como La Invernada, Lan Lan, Agua  de las niñas, Los Paraguas. Eran tiempos difíciles  según  mi parecer de hoy. Pero que como niños pasábamos encerrados en las casas en invierno, y jugueteando alegres por los senderos y bosques en verano.

            En primavera y verano los trabajadores se trasladaban  con sus familias  a  los  lugares  donde estaban los aserraderos. Durante esa temporada se acomodaban en casas muy  primitivas y rústicas.

Después de la temporada de  “volteo”  o tala  de árboles,  la  hechura de trozos  y el acarreo hasta el aserradero, donde se  elaboraban en basas y tablones, las familias se trasladaban  al villorrio La invernada, donde  las casas eran un poco  más confortables. Claro  que  ahí no se pasaba frío  porque  había leña en abundancia. El problema principal  era la nieve  que alcanzaba  hasta dos metros  y  para ir solo al estero  en busca de agua  había que hacer caminos paleando la nieve  y cruzar las distancias  entre dos paredes de nieve.
Llamaba la atención  que en ese ambiente  había en la gente un gran deseo   que sus  hijos aprendieran a leer y escribir. Para ello una dama, la Srta. Concha improvisó una escuelita con solo  una sala para dar clases.

         Interesante es recordar   que a veces alguien que bajaba al pueblo llevaba  algún  diario y entre tantos no faltaba  alguna persona mayor que supiera leer y compartir el acontecer  del país  y del mundo que traía el periódico, sentados  alrededor de una fogata o al calor del sol en las tardes del día domingo veraniego.

            Por aquellos años  ya se realizaba turismo de invierno   hacia  los faldeos del Llaima. Existían  dos refugios, con posibilidad de alojamiento y que se conocían como el “Refugio Grande” y el  “Refugio chico”. Los turistas podían llegar  solo hasta los  fundos Waldeck  o Venecia  y de ahí  debían caminar a pie  hasta  estos “hoteles”. En torno a estas visitas   se desarrollaba una actividad  que generaba algunos recursos a la gente de la zona  que en la estación de invierno quedaba sin trabajo 

            Muchos trabajadores de la zona  ganaban algunos pesos extras  con las propinas  que les daban los turistas  por llevarle los bultos  a hombro y a pie  por entre los senderos  totalmente cubiertos de nieve  y la mayoría de las veces  en total oscuridad. Era un trabajo muy duro y sufrido: A falta  de mejor implementación  los campesinos  se envolvían sus pies  con trozos de piel de animales, previamente curtidas en forma  muy artesanal. Algunos se servían de esquíes  o trineos muy primitivos para cumplir esta tarea.

Yo estoy recordando  acontecimientos y vivencias  de la vida de la gente  de la  zona cordillerana   de los años 1944-1948. Más tarde llegó la tecnología con  trineos de tracción  mecánica y con palas para  ir limpiando  de nieve del camino.
                       
En esa zona y en ese tiempo conocí un señor que con solo herramientas  muy  artesanales como  gubia, formón, martillo, serrucho, azuela y cepillo trabajaba la madera y le daba  formas de platos, lavatorios, artesas, cucharones etc. Aun más confeccionaba  esquíes. Para  ello escogía le mejor madera de raulí y que tuviera les mejores vetas. Recuerdo  que  para   dejar las puntas  curvas de estos implementos, los ponía en agua  y los hacía hervir  por casi un día y después los  colocaba en una horma para darles curvatura. Lentamente los iba doblando mientras les echaba  agua  hirviendo y los  afirmaba  por varios días a la horma. Conocí muy bien y de cerca  a este personaje: era mí Padre.

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