PADRE JOSE DOMINGO IBAÑEZ
Cuando comienzan los
días fríos de invierno y el Llaima, que desde lo alto mira a
Cherquenco, comienza a cubrirse de blanco, en un viaje al pasado vuelvo a
rememorar mis años de niño,
transcurridos en la zona cordillerana,
en lugares como La Invernada ,
Lan Lan, Agua de las niñas, Los Paraguas.
Eran tiempos difíciles según mi parecer de hoy. Pero que como niños
pasábamos encerrados en las casas en invierno, y jugueteando alegres por los
senderos y bosques en verano.
En primavera y
verano los trabajadores se trasladaban
con sus familias a los
lugares donde estaban los aserraderos.
Durante esa temporada se acomodaban en casas muy primitivas y rústicas.
Después de la temporada de “volteo”
o tala de árboles, la hechura
de trozos y el acarreo hasta el aserradero,
donde se elaboraban en basas y tablones,
las familias se trasladaban al villorrio
La invernada, donde las casas eran un
poco más confortables. Claro que
ahí no se pasaba frío porque había leña en abundancia. El problema principal era la nieve
que alcanzaba hasta dos
metros y
para ir solo al estero en busca
de agua había que hacer caminos paleando
la nieve y cruzar las distancias entre dos paredes de nieve.
Llamaba la atención que en ese ambiente había en la gente un gran deseo que sus
hijos aprendieran a leer y escribir. Para ello una dama, la Srta. Concha improvisó
una escuelita con solo una sala para dar
clases.
Interesante es
recordar que a veces alguien que bajaba
al pueblo llevaba algún diario y entre tantos no faltaba alguna persona mayor que supiera leer y
compartir el acontecer del país y del mundo que traía el periódico,
sentados alrededor de una fogata o al
calor del sol en las tardes del día domingo veraniego.
Por aquellos
años ya se realizaba turismo de invierno hacia
los faldeos del Llaima. Existían
dos refugios, con posibilidad de alojamiento y que se conocían como el “Refugio
Grande” y el “Refugio chico”. Los turistas
podían llegar solo hasta los fundos Waldeck o Venecia
y de ahí debían caminar a pie hasta
estos “hoteles”. En torno a estas visitas se desarrollaba una actividad que generaba algunos recursos a la gente de
la zona que en la estación de invierno
quedaba sin trabajo
Muchos
trabajadores de la zona ganaban algunos
pesos extras con las propinas que les daban los turistas por llevarle los bultos a hombro y a pie por entre los senderos totalmente cubiertos de nieve y la mayoría de las veces en total oscuridad. Era un trabajo muy duro y
sufrido: A falta de mejor implementación los campesinos se envolvían sus pies con trozos de piel de animales, previamente
curtidas en forma muy artesanal. Algunos
se servían de esquíes o trineos muy primitivos
para cumplir esta tarea.
Yo estoy recordando
acontecimientos y vivencias de la
vida de la gente de la zona cordillerana de los años 1944-1948. Más tarde llegó la
tecnología con trineos de tracción mecánica y con palas para ir limpiando
de nieve del camino.
En esa zona y en ese tiempo conocí un señor que con
solo herramientas muy artesanales como gubia, formón, martillo, serrucho, azuela y
cepillo trabajaba la madera y le daba
formas de platos, lavatorios, artesas, cucharones etc. Aun más confeccionaba esquíes. Para
ello escogía le mejor madera de raulí y que tuviera les mejores vetas. Recuerdo que
para dejar las puntas curvas de estos implementos, los ponía en
agua y los hacía hervir por casi un día y después los colocaba en una horma para darles curvatura.
Lentamente los iba doblando mientras les echaba
agua hirviendo y los afirmaba
por varios días a la horma. Conocí muy bien y de cerca a este personaje: era mí Padre.
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